La compasión activa como fuerza transformadora

Por Maestro Leonardo Mejía
En tiempos marcados por la desigualdad, la violencia y el deterioro del tejido social, la compasión activa no puede reducirse a un mero sentimiento de simpatía o bondad pasajera. Es, más bien, una fuerza transformadora que nos impulsa a cuestionar y cambiar las estructuras que perpetúan el sufrimiento. No basta con conmovernos ante el dolor ajeno; es imprescindible comprometernos activamente en su alivio y, sobre todo, en la erradicación de sus causas profundas.
Nuestra visión del mundo suele ser fragmentada: tendemos a percibir nuestros problemas y los de los demás como episodios inconexos, aislados en una sucesión de infortunios. Sin embargo, la realidad es otra: todo está interconectado. La crisis climática, la pobreza, la exclusión y la injusticia no son fenómenos independientes, sino manifestaciones de un sistema que privilegia la competencia sobre la cooperación y el beneficio individual sobre el bienestar colectivo. Desde esta perspectiva, la compasión activa no es un acto de caridad desde la comodidad de quien tiene hacia quien carece, sino el reconocimiento de una responsabilidad compartida en la construcción de una sociedad más justa.
Ahora bien, ¿cómo se ejerce la compasión activa? En primer lugar, es necesario abandonar la visión paternalista que sitúa a unos como benefactores y a otros como receptores pasivos de ayuda. La verdadera compasión se fundamenta en la reciprocidad, el respeto y la acción colectiva. Se materializa en redes de apoyo mutuo y comunidades organizadas que comprenden que su fortaleza reside en la cooperación. La solidaridad no es un gesto puntual de buena voluntad; es una práctica constante que desafía las estructuras de desigualdad y las narrativas que justifican la exclusión.
El mundo necesita menos discursos sobre la compasión y más acciones concretas que la encarnen. Requerimos modelos de economía sustentable que prioricen la vida sobre la rentabilidad, sistemas educativos que fomenten el pensamiento crítico y la empatía, y gobiernos que entiendan la justicia social no como una concesión, sino como un derecho inalienable. En este sentido, la compasión activa no es solo una cuestión de sensibilidad personal, sino un compromiso con el cambio estructural.
Por supuesto, ejercer la compasión activa no es tarea sencilla. Nos enfrentamos al desgaste emocional, a la frustración ante el lento avance de las transformaciones y al riesgo constante de caer en la desesperanza. Para sostener este compromiso, es fundamental cultivar la resiliencia y la paciencia. Prácticas como la meditación y la autocompasión, lejos de ser un escape, se convierten en herramientas esenciales para fortalecer nuestro compromiso sin sucumbir al agotamiento. Asimismo, el diálogo y el aprendizaje colectivo nos permiten ampliar nuestra comprensión del mundo y nutrirnos de la experiencia de otros.
En definitiva, la compasión activa es el puente entre la sensibilidad y la acción. No es un lujo moral ni un idealismo ingenuo, sino una necesidad urgente en un mundo donde la indiferencia ya no es una opción viable. Es el compromiso de transformar no solo nuestro entorno inmediato, sino también los cimientos mismos de la sociedad, para que el bienestar deje de ser un privilegio de unos pocos y se convierta en una posibilidad real para todos. https://www.instagram.com/maestrobudista/
El Maestro Leonardo Mejía es presidente y abad de la Comunidad Buddhista Camino del Dharma, donde ofrece talleres, retiros y entrenamientos en Buddhismo y meditación.