En un mundo saturado de información y opiniones, el derecho a expresar nuestras ideas se ha convertido en un pilar fundamental de la sociedad. Sin embargo, este derecho no garantiza que todas las opiniones sean válidas o veraces. La desinformación y la manipulación en la comunicación son desafíos que debemos enfrentar con responsabilidad y discernimiento.
El Fundamento Legal
El artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos establece que
«todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión». Esta libertad incluye la posibilidad de investigar, recibir información y difundirla sin limitaciones geográficas o de medios de expresión. Sin embargo, esta afirmación debe ser leída en su totalidad, no solo en fragmentos. La clave está en la parte menos citada: «investigar y recibir informaciones y opiniones».
La Trampa de la Opinión Sin Fundamento
La facilidad con la que podemos expresarnos en la era digital ha llevado a una
proliferación de opiniones sin base sólida. Opinamos sin profundizar, sin verificar, sin evidencias. La falta de rigurosidad en la formación de opiniones es un problema que afecta la calidad del debate público.
Parafraseando al filósofo latinoamericano Enrique Dussel, «nadie tiene derecho a
opinar a menos que haya investigado, profundizado y argumentado con datos, hechos y lógica». Es decir, la libertad de opinión no es una licencia para la ignorancia o la irresponsabilidad.
El «derecho a opinar» no implica que todas las opiniones sean igualmente válidas o valiosas. No podemos equiparar las ideas de desconocedores con la lógica y el conocimiento de los expertos. La verdad no es democrática; no se decide por votación. La validez de una opinión debe evaluarse en función de su fundamento y coherencia.
En un mundo donde los pseudo-gurús y los «opinionistas» abundan, debemos ser críticos y exigentes. La desinformación se propaga cuando damos por válidas opiniones sin cuestionarlas. La responsabilidad de investigar y verificar recae en cada uno de nosotros.
En definitiva, el derecho a opinar es valioso, pero conlleva una responsabilidad. Antes de hablar, debemos investigar, reflexionar y argumentar. No se trata de silenciar voces, sino de elevar el nivel del debate. La libertad de expresión no es un escudo para la ignorancia, sino una herramienta para el conocimiento.